MISIÓN

“Glorificar a Dios y bajo la influencia del Espíritu Santo, guiar a cada creyente  a una experiencia de relación personal y transformadora con Cristo, que lo capacite como discípulo para compartir el Evangelio Eterno con toda persona”.

VISIÓN

“Cada miembro del cuerpo de Cristo preparado para el reino de Dios”.

VALORES

Amor, Servicio, Obediencia, Excelencia, Coherencia, Integridad, Lealtad, Respeto, Tolerancia, Compromiso.

NUESTRA HISTORIA

LA IGLESIA ADVENTISTA DEL SÉPTIMO DÍA SURGIÓ DEL FERVOR RELIGIOSO DEL SIGLO XIX

Elizabeth Lechleitner

Cuando el predicador bautista Guillermo Miller dijo que Jesús regresaría el 22 de octubre de 1844, muchos estadounidenses no solo se sorprendieron de que hubiera fijado una fecha. La idea de que Cristo regresaría literalmente era en sí misma una propuesta radical.

Para el siglo XIX, la mayoría de las iglesias establecidas estaban predicando que la Segunda Venida era más un mito que una realidad, y más humana que divina. Los líderes religiosos enseñaban que una “segunda venida” metafórica simbolizaba el surgimiento de una nueva generación con responsabilidad social.

A pesar de ello, la creencia millerita en una segunda venida literal de Cristo —junto con nuevas comprensiones proféticas, el sábado y el estado de los muertos— mostrarían ser fundamentales. Estas doctrinas clave llegarían a ser el ancla del movimiento adventista temprano en medio de un clima de agitación religiosa.

A comienzos del siglo XIX, el noreste de los Estados Unidos era una fuente de reavivamientos. El así llamado “Segundo Gran Despertar” inició movimientos como el de la Sociedad Unida de Creyentes en la Segunda Aparición de Cristo, los primeros mormones, los precursores de los Testigos de Jehová, los milleritas y una hueste de grupos excéntricos. En efecto, el norte del estado de Nueva York fue denominado “el distrito quemado”, para referirse al hecho de que los evangelistas habían agotado el número de incrédulos en la región.

En ese marco, los milleritas soportaron el Gran Chasco, ese momento en que el grupo, con gran expectativa pero sin éxito, aguardó el regreso de Cristo. Con lo que el historiador adventista George Knight denomina la “certeza matemática de la fe” hecha añicos, muchos milleritas abandonaron el movimiento.

Los que permanecieron quedaron divididos por el significado del 22 de octubre. Algunos afirmaron que la fecha era totalmente incorrecta. Otros dijeron que Cristo había regresado, pero solo en un sentido espiritual e ilusorio. Un tercer grupo —los futuros líderes de los primeros adventistas del séptimo día— llegaron a convencerse de que la fecha era la correcta, pero el evento no.

Reanimados por esta posibilidad, se reagruparon y regresaron a las Escrituras, determinados a descubrir la verdad. Así llegaron a la conclusión de que en lugar de regresar a la Tierra el 22 de octubre, Jesús había comenzado la última fase de su ministerio expiatorio en el santuario celestial.

Una joven metodista llamada Elena Harmon (más tarde White) brindó credibilidad profética a esta interpretación. La visión que tuvo en diciembre de 1844, en la que vio “una senda recta y estrecha” hacia el cielo confirmó que esa profecía se había cumplido en efecto el 22 de octubre, y motivó el enfoque central en Cristo que tiene la denominación.

El historiador adventista se siente asombrado por la capacidad de los milleritas de trascender un mensaje inicial “espectacularmente equivocado”. Aunque afirma que es verdad que los movimientos apocalípticos a menudo suelen conservar algunos de sus seguidores aun cuando sus ideas son “refutadas abiertamente”, estos “no constituyen la clase de persona que llegan a fundar una iglesia demasiado exitosa. Los adventistas así lo hicieron: eso no prueba que Dios está de nuestro lado, pero prueba que contamos con líderes inteligentes y racionales”.

Acaso más revelador resulta la creencia de la Iglesia Adventista de que Dios estaba detrás de los eventos, dice Trim. “Creo que los primeros adventistas tenían un sólido llamado del Espíritu Santo. Es un pensamiento terriblemente pasado de moda, pero yo creo que nuestra iglesia fue llamada a la existencia en ese momento con un propósito”, dice.

También demostró un sincero deseo de conocer la verdad bíblica, dice. “Esto es lo que los sostuvo cuando todos los demás milleritas fueron por caminos excéntricos o por sendas comunes y sumamente cautelosas”, dice Trim.

Para los primeros creyentes adventistas, la así llamada “verdad presente” era dinámica. Y en efecto, los pocos cientos de adventistas sabatistas de la década de 1840 llegaron a ser unos tres mil en 1863 cuando se organizó oficialmente la Iglesia Adventista, y en esos años, sus comprensiones proféticas pasaron por cambios no menos asombrosos.

En un comienzo, pioneros tales como Jaime White se mostraron fervientes en su llamado a “salir de Babilonia”. En un primer momento, este era un mensaje para dejar la religión organizada y regresar a la simplicidad del evangelio.

Esto no sorprende a los historiadores religiosos, que han observado que cada pocas generaciones, la gente se siente impulsada a regresar a los fundamentos de su fe. En efecto, esta tendencia fue la que impulsó el Segundo Gran Despertar.

Sin embargo, lo asombroso, dice Trim, es el giro que tuvo White a medida que se expandía el movimiento. Para 1859, Jaime había llegado a creer que el llamado a “salir de Babilonia” significaba en realidad abandonar la desorganización y aceptar la estructura eclesiástica.

“Esto por supuesto se adapta muy bien al hecho de que Babilonia deriva de Babel (o confusión) y que White dice que el llamado a salir de Babilonia en realidad busca abandonar toda esa corriente de fervor religioso caótica e increíblemente entusiasta y terminar en algo un poco más organizado. De manera que el significado de ‘salir de Babilonia’ sufre un gran giro y cambia por completo”, dice Trim.

No obstante, al pasar a la estructura de la iglesia, los primeros adventistas no perdieron su celo inicial. Por el contrario, lograron encontrar un equilibrio entre el radicalismo que invadía gran parte de las expresiones religiosas de mediados del siglo XIX y el conservadurismo que le siguió. Es un equilibrio que la Iglesia Adventista mantiene aún hoy, dice Trim, y dice que tiene sus raíces en la vieja tensión entre el espíritu y el orden, que se remonta a la iglesia medieval primitiva.

“Necesitamos el espíritu porque el orden se vuelve formal y osificado y jerárquico, pero también es necesario el orden porque el espíritu se vuelve caótico y se destruye a sí mismo”, dice.

La pionera adventista Elena White fue esencial a la hora de preservar este equilibrio. Mediante el don profético, Trim dice que White estuvo en un lugar ideal para temperar las inevitables riñas entre los primeros líderes adventistas, como por ejemplo su esposo Jaime, José Bates, Urías Smith, John N. Andrews, George Butler y otros. Todos ellos eran “individuos de increíble poder y motivación individual”, personalidades que son necesarias para impulsar un movimiento localizado hasta convertirlo en una iglesia global, dice.

Si bien a algunos estudiantes de la historia de la iglesia les podría resultar “desconcertante” la tensión entre los principales líderes, Trim dice que el movimiento adventista temprano es único porque permaneció unido en un clima en el que la mayoría de los grupos religiosos mostraban la tendencia a dividirse, a seguir a un líder carismático, o a directamente disolverse. A pesar de los desacuerdos, los adventistas se agruparon en último término detrás de la verdad bíblica, lo que fue logrado por medio de la oración y el estudio de la Biblia o revelado mediante la profecía.

“Estos hombres están completamente convencidos de que [Elena White] es la mensajera de Dios. Si ella dice: ‘Se me ha mostrado esto’, ellos lo aceptan aun cuando en un comienzo no les guste lo revelado”, dice Trim.

“Están muy listos a debatir, y lo hacen en términos muy directos, pero también se muestran muy rápidos para perdonar y no guardan rencores”, dice Trim. “Muestran una apertura que haríamos bien en imitar”.

Puede que para los adventistas del séptimo día modernos, los pioneros adventistas resulten peculiares. Algunos no creían en la Trinidad o en la persona del Espíritu Santo, y pensaban que Cristo era un ser creado. Muchos observaban el sábado de las 18.00 del viernes hasta las 18.00 del sábado, sin fijarse en los horarios de la puesta de sol. Tampoco tenían problema alguno en consumir carnes de animales impuros. Todo esto, sin embargo, habría de cambiar en las siguientes décadas.

Lo que los adventistas actuales podrían reconocer probablemente en sus antepasados es la convicción. En el sábado, la segunda venida, el santuario y otras creencias fundamentales, los primeros adventistas creían que habían descubierto lo que Trim denomina una “clave” para desatar todo el conjunto de verdades bíblicas.

“Se dan cuenta de que todas estas doctrinas están diciendo lo mismo sobre Dios. Todas están apuntando en la misma dirección, y es por ello que los primeros adventistas se sienten impulsados a ponerse de su lado”.

“Esta preocupación por la verdad resulta inspiradora”, dice.




Declaraciones oficiales de la iglesia

La Iglesia Adventista del Séptimo Día ha presentado, discutido y aprobado algunas declaraciones y lineamientos sobre diferentes temas, que han sido votados por el liderazgo desde 1980.

Como iglesia cristiana, los adventistas del séptimo día son una comunidad de fe enraizada en las creencias descritas por las Sagradas Escrituras. Los adventistas describen estas creencias de las siguientes maneras:

El mayor deseo de Dios es que veas una imagen clara de Su carácter. Cuando lo veas claramente, encontrarás Su amor irresistible.

Para muchos, "ver a Dios claramente" requiere que vean la cara de Dios. Sin embargo, cómo se ve no es el problema. Ver y entender Su carácter es lo más importante. Cuanto más claramente lo comprendamos, más encontraremos Su amor irresistible. Cuando comencemos a experimentar Su amor, nuestras propias vidas comenzarán a tener más sentido.

Dios claramente revela Su carácter en tres grandes acontecimientos. El primero es Su creación del hombre y la mujer-y Su dándoles la libertad de elección. ¡Él creó a seres humanos con la capacidad de elegir amarlo u odiarlo! La muerte de Jesucristo, el único Hijo de Dios, en la cruz como nuestro sustituto es el segundo gran acontecimiento. En ese acto Él pagó la pena que merecemos por nuestras decisiones odiosas hacia Dios y Sus caminos. La muerte de Jesús garantiza el perdón de esas elecciones y nos permite pasar la eternidad con Él. El tercer acontecimiento confirma los dos primeros y llena cada corazón de esperanza: la tumba de Cristo está vacía! ¡Él está vivo, viviendo para llenarnos con Su amor!

El discípulo de Jesús escribió que si todos escribieran todas las historias que sabían acerca de Jesús, el mundo entero no podría contenerlas. Nuestro conocimiento de Dios nos ayuda a entender Su amor, carácter y gracia. Experimentar ese amor comienza una aventura de por vida en crecimiento y servicio. Este conocimiento y experiencia impulsa nuestra misión de decirle al mundo acerca de Su amor y Su oferta de salvación.

La Escritura es una hoja de ruta. La Biblia es la voz de Dios, hablando hoy personalmente de Su amor.

La Biblia nos dice las direcciones del Creador, como una hoja de ruta detallada que muestra claramente la rampa de salida directamente al cielo. También es muy parecido a un manual de propietario para una vida lista para ser vivido en la vanguardia de la libertad.

A veces Su voz habla a través de historias, como las de David y Goliat, Rut y Booz, la sirvienta de Naamán, Cristo en la cruz, y el pescador Pedro aprendiendo cómo cuidar las ovejas. Algunas de estas historias nos enseñan cómo manejar los problemas que enfrentamos cada día. Otros nos llenan de esperanza y paz. Cada uno de ellos es como una carta personal de Dios para ti.

Partes de la Escritura son instrucciones directas y leyes de Dios tales como los Diez Mandamientos, registradas en Éxodo 20. Éstas nos dicen más acerca de Dios y sus expectativas para nosotros. Cuando la gente le pidió a Jesús que resumiera estos mandatos, Él se enfocó en la manera en que el amor de Dios afecta nuestra manera de vivir. "Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, mente y alma", dijo. "Y ama a tu prójimo como a ti mismo."

En otras páginas, la Biblia da consejos prácticos y aliento de Dios a través de parábolas, listas, promesas y advertencias. Sorprendentemente, aunque muchos escritores diferentes a lo largo de miles de años escribieron la Biblia, cada página describe el mismo Dios en formas que podemos entender y aplicar en nuestras vidas hoy. Este libro es siempre Su voz hablando personalmente a cualquiera que esté dispuesto a leer y oír.

Dios nos ama incluso cuando elegimos rechazar Su amor. En esos tiempos nos permite caminar hacia la vida de nuestras propias elecciones. Sin embargo, Él todavía está allí, siempre dispuesto a redimirnos de los resultados de nuestras decisiones.

Jesús es el que nunca cambia en un universo que siempre lo hace. ¡Jesús es Creador, Sustentador, Salvador, Amigo, Hijo de Dios y Dios Mismo!

Todo en este mundo siempre está cambiando, incluso nuestros deseos, intereses, habilidades y formas de cuerpo. ¿Pero Jesús? Es consistente. Siempre es lo mismo. Claro, Él siempre nos sorprende y toca nuestras vidas en miles de formas nuevas y diferentes, pero Su carácter es inmutable. Él es el Hijo de Dios, el Creador, nuestro Salvador y Amigo.

Jesús ha prometido ser todo eso, y más, para cada uno de nosotros. Podemos confiar en Sus promesas porque Él es Dios. Cuando las palabras de Colosenses dicen "en Él todas las cosas se mantienen unidas" (1:17, NVI) que incluye todo en nuestras vidas. Él nos mantiene enteros cuando el enemigo está tratando de hacernos desmoronarnos.

Los adventistas del séptimo día creen que Jesús es una de las tres personas, llamadas la Trinidad, que constituyen nuestro único Dios. La Biblia describe a Jesús, al Padre y al Espíritu Santo, ya que cada uno está comprometido con nuestro crecimiento como cristianos y con nuestra salvación como sus hijos. Hicieron posible esta salvación cuando Jesús vino a Belén como un bebé humano. Él vivió una vida perfectamente de acuerdo con la voluntad de Dios y luego murió inocentemente por todos nuestros pecados. Fue colocado en una tumba prestada, pero volvió a la vida tres días después. Ahora está en el cielo intercediendo con el Padre por nosotros, preparándonos para nuestra liberación del pecado y de la muerte.

Cuando todo está cayendo a pedazos, cuando te sientes totalmente solo en el universo, Jesús está justo allí en el centro de todo, ofreciendo paz y esperanza personal. Permítele entrar en su vida. Inmediatamente comienza "

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Manual de iglesia

Revisado 2010
Edición pre-publicada

La presente edición incorpora todas las revisiones y adiciones aceptadas hasta e incluyendo la Sesión de la Conferencia General de 2010.

Introducción

Desarrollo histórico de la Iglesia Adventista del Séptimo Día

En cumplimiento del plan divino, el Movimiento Adviento inició su viaje profético hacia el reino en el año 1844. Pocos en número, a menudo con recuerdos infelices de haber sido expulsados ​​de sus iglesias porque habían aceptado la doctrina del Adviento, caminaron los pioneros del Movimiento Incierto al principio. Estaban seguros de las doctrinas que tenían, pero no estaban seguros de la forma de organización, si alguna, que adoptaran. De hecho, la mayoría de ellos recordaba tan agudamente cómo los cuerpos de la iglesia fuertes y bien organizados habían usado esa fuerza para oponerse a la verdad del Adviento, que temían instintivamente cualquier orden y gobierno centralizados. Sin embargo, algunos líderes pioneros vieron con creciente claridad que algún tipo de gobierno era imprescindible para que prevalecera el buen orden y el Movimiento creciera fuerte. Su convicción fue fuertemente reforzada por mensajes procedentes de la pluma de Ellen G. White.

El resultado fue que en 1860 se eligió un nombre de iglesia, Adventista del Séptimo Día, y se creó un cuerpo legal para mantener la propiedad de la iglesia. Esto fue seguido, en 1861, por la organización de nuestra primera conferencia, Michigan. Esto implicó la organización de iglesias locales, con los miembros firmando un pacto de la iglesia, y la organización de las varias iglesias en un cuerpo unido para constituir lo que ahora se llama una conferencia local. También se tomaron medidas para dar documentos de identificación a los ministros, protegiendo así a las iglesias contra los impostores que pudieran tratar de atacarlos.

En 1863 se organizó la Conferencia General, reuniendo en una sola organización una serie de conferencias locales que se habían creado para entonces. Esto estableció el Movimiento de Adviento en un curso coordinado y organizado.

Manual de Desarrollo Histórico de la Iglesia

A medida que la Conferencia General se reunía año tras año, durante la sesión, se tomaban medidas sobre diversos asuntos de orden eclesiástico, en un esfuerzo por definir las reglas apropiadas para diferentes situaciones en la vida de la iglesia. La Sesión de la Conferencia General de 1882 votó por haber preparado "instrucciones a los oficiales de la iglesia, para que fueran impresas en la Review and Herald o en la forma del tramo." - Review and Herald, 26 de diciembre de 1882. Esta acción reveló la creciente comprensión de que el orden de la iglesia era Era imperativo que la organización de la iglesia funcionara eficazmente, y que la uniformidad en tal orden requería que sus principios rectores fueran puestos en forma impresa. En consecuencia, los artículos fueron publicados. Pero en la Sesión de la Conferencia General de 1883, cuando se propuso que estos artículos fueran colocados en forma permanente como un manual de la iglesia, la idea fue rechazada. Los hermanos temían que formalizaría posiblemente a la iglesia y tomaría de sus ministros su libertad para ocuparse de los asuntos del orden de la iglesia como ellos pudieran desear individualmente.

Pero este temor, sin duda reflejando la oposición que había existido veinte años antes a cualquier tipo de organización eclesiástica, evidentemente pronto desapareció. Las sesiones anuales de la Conferencia General continuaron tomando acciones en asuntos de orden de la iglesia. En otras palabras, ellos lenta pero seguramente estaban produciendo material para un manual de la iglesia. A veces algunos hermanos prominentes buscaban reunir en forma de libro o folleto las reglas generalmente aceptadas para la vida de la iglesia. Quizás el más impresionante de tales esfuerzos fue un libro de 184 páginas por nada menos que el pionero JN Loughborough, titulado, La Iglesia, Su Organización, Orden y Disciplina, que fue publicado en 1907. El libro del élder Loughborough, aunque en cierto sentido un libro personal , Trató muchos de los temas ahora cubiertos por el Manual de la Iglesia y durante mucho tiempo se celebró un lugar de honor en el Movimiento.

Mientras tanto, el Movimiento continuó creciendo rápidamente tanto en el país como en el extranjero. Por lo tanto, era en el mejor interés del orden y de la uniformidad apropiada que había sido nuestra meta, que el Comité de la Conferencia General tomó medidas en 1931 para publicar un manual de la iglesia. Se pidió a J. L. McElhany, entonces vicepresidente de la Conferencia General para América del Norte, y luego presidente de la Conferencia General durante catorce años, que preparara el manuscrito. Este manuscrito fue cuidadosamente examinado por el Comité de la Conferencia General y luego publicado en 1932. La primera oración del prefacio de la primera edición observa que "se ha hecho cada vez más evidente que un manual sobre el gobierno de la iglesia es necesario para establecer y preservar nuestras prácticas denominacionales Y la política. "Note la palabra preservar. Aquí no había ningún intento en una fecha tardía para crear de repente un patrón completo de gobierno de la iglesia. Más bien fue un esfuerzo primero para preservar todas las buenas acciones tomadas a través de los años, y luego para agregar regulaciones como el crecimiento creciente de la iglesia y la complejidad que podría requerir

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Unidos para la misión: Ciento cincuenta años

Del “Gran Chasco” a la Asociación General

 

Los milleritas creían firmemente que el “segundo advenimiento” de Jesucristo (su segunda venida a la tierra) se produciría el 22 de octubre de 1844. Cuando su segunda venida no se produjo, muchos milleritas quedaron desilusionados y renunciaron a creer en una segunda venida literal, pero otros decidieron seguir estudiando las Escrituras.

Durante los siguientes quince años, los ex milleritas, que comenzaron a reunirse en una serie de “conferencias bíblicas”, identificaron una serie de verdades bíblicas olvidadas desde los días de la Iglesia primitiva. Las creencias clave que adoptaron fueron las siguientes:

  1. De que la segunda venida de Cristo es inminente y será literal, no metafórica, presenciada por todo el mundo
  2. De que el séptimo día, el sábado, y no el domingo, es el día santo de Dios y que la obligación de guardarlo es perpetua
  3. De que Dios no atormenta eternamente a los pecadores, sino que, por el contrario, los muertos “duermen” hasta la segunda venida y el último juicio
  4. De que Cristo ministro en el santuario celestial, mediando por lo tanto en nuestro favor los beneficios de su muerte en la cruz, salvándonos por su justicia, no por nuestros propias acciones
  5. De que en los últimos días, los cristianos serán tentados por la apostasía, pero que serán llamados a regresar a la verdad divina —al “mensaje del tercer ángel” de Apocalipsis 14— por un pequeño “remanente” de creyentes fieles
  6. De que el remanente quedaría marcado por una recurrencia del ministerio profético

En todo esto, fueron guiados por una joven, Elena G. White, quien, de acuerdo con su sexta creencia, reconocieron como profetisa inspirada por Dios.

Estas creencias fueron surgiendo gradualmente. En la década de 1850, no había una Iglesia Adventista del Séptimo Día, sino tan solo pequeños grupos esparcidos por el norte de los Estados Unidos, quienes tenían estas creencias en común pero que ni siquiera tenían un nombre para sí mismos, aunque algunos, como Jaime White, se identificaron a sí mismos como parte del “Movimiento del Segundo Gran Advenimiento”, mientras que otros usaban el término “adventista sabatista”.

Con el tiempo, sin embargo, inspirados por la gran comisión de Cristo de “ir y hacer discípulos”, los adventistas sabatistas del séptimo día reconocieron que necesitaban organizarse, de manera que pudieran proclamar de manera más efectiva y amplia el mensaje del tercer ángel. Un paso vital se dio cuando el 1 de octubre de 1860 se reunieron delegados de los estados septentrionales de los Estados Unidos, quienes acordaron “adoptar el nombre adventista del séptimo día”. Entonces, el 20 y el 21 de mayo de 1863, en otro encuentro, los delegados de esos estados norteamericanos y congregaciones adventistas del séptimo día formaron la “Asociación General de los Adventistas del Séptimo Día”, una iglesia organizada, enfocada en la misión y en la proclamación de las buenas nuevas de un Dios que nos creó, vivió entre nosotros, murió por nosotros y nos redimió.

La inspiración de nuestros pioneros

Dado que la imagen de los fundadores de nuestra iglesia está formada mayormente por fotografías de hombres de mediana edad, a menudo no nos damos cuenta cuán diversos eran ellos, tanto en términos de edad como de género y etnia.

Durante los años formativos del movimiento, sus líderes eran mayormente jóvenes, algunos menores de veinte años, y otros menores de treinta y de cuarenta. Para el momento del Gran Chasco de 1844, Jaime White tenía 23 años; Elena White y Annie Smith tenían 16; John N. Andrews tenía 15; y Minerva Loughborough ni siquiera tenía 15. Urías Smith y John N. Loughborough (hermanos de Annie y Minerva) tenían solo 13, y George I. Butler tenía solo 10.

A pesar de ello, estos hombres y mujeres jóvenes, con la ayuda de personas influyentes tales como José Bates (quien en 1844 tenía 52 años), fueron los que asumieron el liderazgo en las conferencias bíblicas de fines de la década de 1840 y comienzos de la siguiente, durante las cuales se discutieron, debatieron y acordaron las creencias de lo que llegarían a ser la Iglesia Adventista del Séptimo Día. Fueron ellos los que publicaron una serie de panfletos, presentando persuasivamente las nuevas creencias, así como una revista, The Advent Review and Sabbath Herald (hoy conocida como la Revista adventista), que conectó y unió a todos los creyentes esparcidos, y sin la cual la iglesia jamás habría sido fundada. Fueron ellos los que lideraron los esfuerzos de transformar una red de pequeños grupos de creyentes en una organización que uniría a todos los adventistas del séptimo día y brindaría una base para la misión. La mayoría de los jóvenes de la década de 1850 brindaron liderazgo a la iglesia hasta la década de 1880 y algunos inclusive hasta el siglo XX.

Aunque solo hombres asistieron al primer Congreso de la Asociación General en 1863, entre los primeros miembros de la iglesia recién creada se destacaron varias mujeres. Además de Elena White, estaba Minerva Chapman (de soltera Loughborough), una figura clave en la obra temprana de publicaciones, quien más tarde llegó a ser Tesorera de la Asociación General; Maud Sisley Boyd, quien llegó a ser una misionera pionera en Europa, Sudáfrica y Australia; y Nellie Druillard (de soltera Rankin), quien llegó a ser misionera pionera en África y una influyente educadora y reformadora de salud. Entre esos primeros miembros de la Iglesia Adventista en 1863 estaban los Hardy, una destacada familia afroamericana.

Hoy día vemos fotografías de los pioneros que datan de años posteriores, con sus rostros marcados por vidas gastadas de tanto luchar contra abrumadoras realidades. Es fácil olvidar que ellos crearon la iglesia cuando aún tenían menos de treinta y de cuarenta años. Es también fácil olvidar que, aunque los adventistas no ordenaron las mujeres al ministerio del evangelio, asignaron a las mujeres funciones importantes en el liderazgo. Y se conoce demasiado poco de que la mayoría de los creyentes de la década de 1850 no solo eran fervientes abolicionistas, sino que, en la última parte del siglo XIX, cuando en los Estados Unidos los negros y los chinos fueron relegados a ser ciudadanos de segunda clase, los adventistas del séptimo día los ordenaron al ministerio y les encomendaron una importante obra misionera.

La sociedad estadounidense de la época no daba mucho valor a los jóvenes, y marginalizaba a las mujeres y a las minorías étnicas. Asimismo, las doctrinas adventistas no eran populares entre los eruditos religiosos. ¿De dónde provino la osadía de desafiar tanto las convenciones sociales como el consenso religioso de los principales teólogos? Los adventistas del séptimo día se inspiraron en el amor de Cristo y en la convicción de que él regresaría pronto, por la confianza en las profecías divinas, y por la creencia de que el espíritu de profecía se manifestó en Elena White. En consecuencia, estaban dispuestos a atreverse a cualquier cosa. Aunque les tomó hasta 1874 darse cuenta de que el cumplimiento de la Gran Comisión implicaba enviar misioneros al extranjero, después de ello, se comprometieron rápidamente con la misión mundial. Buscaron reformar no solo la teología sino el estilo de vida, promoviendo una reforma prosalud radical y dando prioridad a la educación. Predicaron verdades proféticas, pero también quisieron la plenitud de los hombres y las mujeres en el presente. Con este fin, durante el primer medio siglo de la denominación, los adventistas trabajaron en las grandes ciudades y entre las personas de todos los idiomas y las clases sociales, inspirados por el ejemplo de Jesús quien, como lo enfatizó Elena G. White, “trataba con los hombres como quien deseabas hacerles bien. Les mostraba simpatía, atendía a sus necesidades y se ganaba su confianza. Entonces les decía: ‘Seguidme’” (El ministerio de curación, p. 102).

Al cumplirse los 150 años desde que los adventistas se unieron para la misión, existe la necesidad más grande que nunca de que los hombres y las mujeres de todas las edades, de todos los trasfondos étnicos y sociales, sigan el ejemplo de sus fundadores. Necesitamos, fundados en el amor al Salvador y su amor por los pecadores, proclamar a Cristo y a este crucificado, anunciar su anhelo de que los hombres y las mujeres alcancen la plenitud, y su deseo de que “guarden los mandamientos de Dios y la fe de Jesús” (Apoc. 14:12).

Después de 150 años

Nuestro 150° aniversario no es un momento para fiestas o celebraciones; los que fundaron la Asociación General en 1863 habrían estado sin duda profundamente desilusionados de saber que sus descendientes aún estarían en la tierra para 2013. Este importante aniversario es más bien un momento para la reflexión, para el arrepentimiento y para la acción de gracias. También es un momento para renovar el compromiso con el propósito para el cual Dios llamó a la existencia este movimiento.

La iglesia mundial designó el sábado 18 de mayo de 2013 como un día de oración, recordación y nuevo compromiso con la misión. Se animó a cada congregación local a que encontrara maneras apropiadas de marcar el 150° aniversario de la Iglesia Adventista del Séptimo Día al estar unidos en la misión, lo que incluye poner énfasis en la historia de la iglesia local. Durante todo el año aniversario, cada adventista también puede sentirse inspirado por nuestra historia.

Este importante aniversario debería motivarnos a reflexionar sobre las maneras en que Dios ha guiado a su iglesia remanente “y lo que nos ha enseñado en nuestra historia pasada” (Notas biográficas, p. 216). Deberíamos agradecer a Dios por su conducción maravillosa, y reflejar en lo que hemos hecho, o dejado de hacer, que apena a Dios, y arrepentirnos. Es un buen momento para comprometernos, tanto en forma individual como corporativa, no solo a “un reavivamiento sino [a] una reforma”, como instó Elena G. White (Review and Herald, 15 de julio de 1902, p. 7). Es tiempo de comprometernos nuevamente con la predicación del “evangelio eterno […] a toda nación, tribu, lengua y pueblo” (Apoc. 14:6).

Al reflexionar en los 150 años de la Iglesia Adventista del Séptimo Día, es tiempo de volver a comprometernos con el destino profético del Movimiento del Gran Segundo Advenimiento.

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Resulta irónico que los primeros adventistas se mostraron reacios a hacer obra misionera

Michael Czechowski, un exsacerdote católico originario de Polonia, había solicitado que lo enviaran a su continente nativo para compartir su nueva fe que hablaba del pronto regreso de Cristo. Los líderes adventistas, que no estaban seguros de cuán confiable y honesto era, rechazaron el pedido. A pesar de ello, Czechowski llegó a ser el primer misionero adventista en el extranjero, irónicamente, al validar las sospechas de los líderes.

Czechowski, que había abandonado a su esposa e hijos, fue entonces patrocinado por la denominación cristiana del advenimiento, el principal grupo de adventistas que guardaban el domingo. Después que le pagaron el viaje, ignoró las enseñanzas de sus patrocinadores al llegar a Europa en 1864, y se puso a enseñar el mensaje adventista, ganando conversos en el continente, incluida Suiza, Hungría, Italia y Rumania.

Con una estructura eclesiástica recién creada, así comenzó la expansión del mensaje adventista fuera de los Estados Unidos. Pero pasarían muchos años antes de que la Iglesia Adventista se comprometiera de todo corazón con las misiones en el extranjero.

En la iglesia, que tenía su sede en Míchigan (Estados Unidos), comenzaron los debates sobre el significado del llamado de Cristo en el evangelio de Marcos cuando dijo: “Id a todo el mundo”. La mayoría de los 3500 miembros de 1863 pensaban que era suficiente llegar a la población tan diversa de inmigrantes de los Estados Unidos, dado que pensaban que esos inmigrantes podrían convertir a sus amigos y parientes de sus países de origen.

El Congreso de la Asociación General 1871 aprobó la resolución de enviar “al hermano Matteson como misionero a los daneses y noruegos”… en el estado cercano de Wisconsin.

“No fue la mejor hora de nuestra iglesia”, dice el historiador adventista David Trim, director de la Oficina de Archivos, Estadísticas e Investigaciones de la iglesia mundial.

Mientras tanto, en Europa, algunos de los seguidores de Czechowski descubrieron accidentalmente una revista adventista entre sus documentos que les informaba que, para su sorpresa, no eran los únicos adventistas del mundo. Los adventistas de los Estados Unidos, que aún discutían sobre la factibilidad de llevar sus enseñanzas más allá de sus fronteras, también se vieron sorprendidos.

“Los adventistas estadounidenses en realidad se sintieron un poco avergonzados al saber que ya había adventistas en Europa”, dice Trim.

El descubrimiento mutuo llevó a que los adventistas estadounidenses invitaron a un representante de Suiza al Congreso de la Asociación General 1869. Esa persona llegó demasiado tarde, pero pasó el siguiente año en los Estados Unidos aprendiendo más de las creencias adventistas antes de regresar a su hogar como ministro ordenado.

En ese congreso de 1869, sin embargo, el establecimiento de una sociedad misionera fue un paso clave para comenzar un proceso de dos décadas que revirtió la mentalidad de la iglesia respecto de la misión. La transformación fue ayudada por el arrojo del pequeño grupo de fieles, que creyeron que de hecho podían alcanzar al mundo y, lo que es más importante, por los líderes que cada vez más eran exmisioneros.

Elena White, la profetisa y cofundadora de la denominación, escribió tiempo después sus llamados más decididos a favor de las misiones en el extranjero, después de pasar ella misma un tiempo en Europa en la década de 1880 y en Australia en la década siguiente.

En 1901, declaró en el Congreso de la Asociación General: “La viña abarca a todo el mundo, y debe trabajarse en cada rincón de él”.

Ese mismo año, Arturo G. Daniells llegó a ser el primer misionero elegido como presidente de la Iglesia Adventista, después de haber trabajado en Nueva Zelandia y Australia durante quince años.

“Es una historia digna de destacar sobre la manera en que nuestros pioneros cambiaron su forma de pensar, porque era un grupo tan pequeño”, dice Trim. “La confianza de ese pequeño grupo, que pensó que podía alcanzar a todo el mundo, es asombrosa”.

El patrón de las misiones en el extranjero puede ser rastreado al tiempo cuando la iglesia se expandió a la costa occidental de los Estados Unidos. Era 1868, un año antes del congreso de 1869, cuando los líderes respondieron a una solicitud de un ministro en el lejano estado de California. John N. Loughborough y D. T. Bordeau aceptaron el llamado y trabajaron para desarrollar lo que llegaría a ser una receta para ingresar en nuevas regiones: reunir los suficientes seguidores y entonces establecer una imprenta, una revista y una institución de salud.

En año 1874 fue otro año clave para la misión: el viudo Andrews, expresidente de la Iglesia Adventista, se embarcó con sus dos hijos a Europa como el primer misionero oficial de la iglesia, y la denominación estableció su primer periódico misionero, “Misión verdadera”. Ese año también se estableció el Colegio Superior Battle Creek en Míchigan para preparar ministros para los Estados Unidos y el extranjero.

Para 1910, un flujo constante de misioneros estaba saliendo a trabajar en el mundo. Los campos misioneros antes de la década de 1880 se unieron a los Estados Unidos como nuevos países para la misión adventista. Los alemanes asumieron responsabilidad por Egipto, el Imperio Otomano y Rusia, los suecos por Etiopía, los británicos por África Oriental y Occidental, y los australianos por el sudeste asiático y el Pacífico Sur. Jamaica también envió misioneros: uno de ellos, C. E. F. Thompson, se dirigió a Ghana.

En 1912 se estableció una nueva publicación, el Misionero trimestral, donde se comenzaron a contar historias de las familias misioneras, entre ellos, los Stahl en Sudamérica, Gustav Perk en Rusia, los Robinson en Sudáfrica, y otros que habían dejado los Estados Unidos sabiendo que acaso jamás regresarían.

William A. Spicer, quien fue designado presidente de la Iglesia Adventista después de Daniells y que había trabajado como misionero en la India, publicó sus pensamientos sobre la misión en un libro de 1921 titulado “Nuestra historia de las misiones en los colegios superiores y secundarios”. Allí expresó: “La misión no es algo adicional al trabajo regular de la iglesia. La obra de Dios es una sola obra, que abarca a todo el mundo […]. Llevar el mensaje de salvación a todas las personas […] es el objetivo de cada asociación, de cada iglesia, de cada creyente”.

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La denominación adventista surgió en medio del debate sobre la estructura de la iglesia.

Una década después del Gran Chasco, el naciente movimiento adventista se encontraba en otra encrucijada. Pero mientras 1844 había sacudido el centro doctrinal del movimiento, esta crisis hizo que los líderes debatieran cuestiones más tangibles.

“Alrededor de 1854, el movimiento casi se desintegra porque no podía pagar a sus ministros. Allí estaba [John Norton] Loughborough, que pedía algo que comer”, dijo el historiador adventista David Trim. “Llegó a un punto que él ni siquiera podía mantener a su familia”.

Profundamente desanimados, en 1856 Loughborough, John Nevins Andrews y otros de los primeros obreros se retiraron a Waukon (Iowa, Estados Unidos), donde planearon trabajar en sus campos y ser misioneros. Pero el ambiente rural les brindaba pocas oportunidades de testificar, y el clima inclemente forzó a

Loughborough a dedicarse a la carpintería en lugar de la agricultura.

Poco después, Elena y Jaime White, cofundadores de la iglesia, llegaron sin aviso para visitar a los obreros aparentemente en falta.

“[Elena] encuentra a Loughborough y le dice en tres ocasiones: ‘¿Qué haces aquí, Elías?’ y de alguna manera la vergüenza lo hace regresar al trabajo”, dijo Trim. White se refería al profeta del Antiguo Testamento, que desconfió de Dios  y se escondió en una cueva.

“No obstante, ese es el momento en que se dan cuenta de que tienen que hallar una manera de apoyar a sus ministros, y eso significa que la iglesia necesitaba un tesorero”, dijo Trim.

Esta historia enfatiza el malabarismo que enfrentaron los primeros adventistas: aún se rehusaban a adoptar una estructura eclesiástica formal, pero estaba cada vez más claro que con solo el entusiasmo no alcanzaba para esparcir con efectividad el mensaje del evangelio.

Sin embargo, los pasos que tenía que dar la iglesia seguía siendo un tema que provocaba tensiones.

Para la década de 1840, el movimiento adventista consistía de grupos esparcidos apenas conectados mediante periódicos tales como la Revista Adventista y por esporádicas Conferencias Sabatistas, en la que los creyentes se reunían a analizar y, la mayoría de las veces, a discutir los puntos más detallados de la doctrina. “Difícilmente dos estaban de acuerdo”, dijo Elena White al referirse a la segunda de esas conferencias, que se llevó a cabo en 1848.

En 1863, veinte delegados se reunieron en un edificio de Battle Creek (Míchigan, Estados Unidos), para organizar la Asociación General de los Adventistas del Séptimo Día, creando así una estructura formal para el movimiento adventista. En efecto, según el historiador adventista George Knight, se necesitaría “un liderazgo enérgico, orientado a los objetivos, para formar un cuerpo de creyentes dentro de las condiciones caóticas del adventismo posterior al Gran Chasco”.

A pesar de los temores persistentes de que la estructura eclesiástica era equivalente a “Babilonia” (es decir, que favorecía la religión organizada sobre la simpleza del evangelio), líderes como los White y José Bates estaban cada vez más resueltos a hacer un llamado para formar una estructura.

La organización formal, sostenían, le daría a la iglesia los fundamentos financieros y legales que necesitaba para ser dueños de propiedades, pagar y enviar pastores, y determinar la manera en que las congregaciones locales debían relacionarse entre sí y con el liderazgo de la iglesia.

Jaime White fue más allá, y sugirió que la estructura era una medida de la buena mayordomía. En 1860, en un número de la Review, dijo que era “peligroso dejar con el Señor lo que él nos ha dejado a nosotros, y quedarnos en el asiento de hacer poco y nada”. Le preocupaba especialmente el ministerio de publicaciones de la iglesia, que quería que estuviera asegurado “de manera legal”.

El impulso para la causa surgió en los meses que precedieron a lo que sería una reunión administrativa definitoria en Battle Creek (Míchigan) en octubre de 1860. Allí, White desafió a sus rivales a que hallaran un pasaje bíblico contra la organización. Cuando no lograron hacerlo, el grupo decidió avanzar. Adoptó una constitución para incorporar legalmente la asociación publicadora de la iglesia, amonestó a las iglesias locales a “tener las propiedades de la iglesia o templos en forma legal” y escogió un nombre para los creyentes esparcidos: adventistas del séptimo día.

A comienzos de 1861, en otra reunión administrativa en Battle Creek, los líderes de la iglesia del Oeste Medio de los Estados Unidos hicieron otras tres recomendaciones, añadiendo al fundamento que habían desarrollado el año anterior. Incorporaron oficialmente la Asociación Publicadora Adventista del Séptimo Día, apoyaron la formación de asociaciones por estado o distrito, e instaron a las iglesias locales a que mantuvieran registros precisos de la feligresía y las finanzas.

John Byington fue el primer presidente de la Iglesia Adventista del Séptimo Día. Los adventistas del este de los Estados Unidos, dijo Knight, reaccionaron “con contundencia”, rechazando las recomendaciones y acusando a White y sus partidarios del Medio Oeste de apostasía.

White afirmó que la paralización era culpa del silencio de destacados líderes de iglesia sobre el tema de la organización, dijo Knight. Elena White estuvo de acuerdo, deplorando una falta de “coraje moral” entre los líderes silenciosos. Ella había recibido una visión donde se le indicaba que la real “Babilonia” era la confusión y el conflicto que acompañaban la falta de organización.

“En lugar de ser un pueblo unido, cada vez más fuerte, estamos en muchos lugares pero somos poco más que fragmentos quebrados, aún diseminados y cada vez más débiles. ¿Hasta cuándo esperaremos?”, escribió Jaime White en la Review en agosto de 1861.

Poco después, comenzaron a llover apoyos para la organización. En octubre, los adventistas de Míchigan fueron los primeros en organizar una asociación estatal. En los siguientes doce meses, los adventistas de otros seis estados de los Estados Unidos siguieron su ejemplo. Con excepción de algunos pocos focos de resistencia en el Este, para 1862 el avance hacia la organización parecía imparable.

Aun así, sin un organismo principal de gobierno, los líderes como Jaime White, Joseph Harvey Waggoner y Andrews estaban preocupados porque la iglesia perdería los beneficios plenos de la organización. Propusieron entonces que cada asociación estatal enviara un ministro, o “delegado”, a una asamblea general, o “asociación general”. El factor motivador era la necesidad de contar con un ministerio pastoral confiable. Si los pastores tenían derecho a recibir contribuciones sistemáticas, razonaba White, entonces la iglesia tenía derecho a un “trabajo sistemático”.

Fue así que en mayo de 1863, veinte delegados, diez de los cuales representaban a la Asociación de Míchigan, se reunieron en Battle Creek para organizar la Asociación General de los Adventistas del Séptimo Día “con el propósito de garantizar la unidad y la eficiencia en el trabajo, y promover los intereses generales de la causa de la verdad presente, y de perfeccionar la organización de los adventistas del séptimo día”.

Los delegados también adoptaron un acta constitutiva, una constitución modelo para las asociaciones estatales, y eligieron los tres administradores principales de la administración: el presidente, el secretario y el tesorero. Aunque fue electo por unanimidad, Jaime White rechazó la presidencia, temiendo que el cargo empañara su campaña en favor de la organización como “una apropiación calculada de poder personal”, dice Knight. En su lugar, John Byington fue elegido como el primer presidente de la organización.

No obstante, el hombre que estuvo detrás del establecimiento de un marco de toma de decisiones para la iglesia ya era una de sus influencias más poderosas. White había introducido la noción de que si las acciones y las prácticas no estaban “prohibidas por la Biblia y no constituían una violación del sentido común”, eran legítimas, dijo Knight. Esto desafiaba la interpretación estrictamente literal que favorecían los primeros adventistas.

“El apego a esa comprensión más estrecha habría paralizado en gran medida a la iglesia al avanzar a través del tiempo y las culturas”, dijo Knight.

Con una comprensión y una aceptación más generalizada de la estructura, la iglesia llegaría a estar mejor equipada para refinar su identidad doctrinal y organizarse para la misión.

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Las publicaciones ocuparon un lugar central en los comienzos de la Iglesia Adventista

En julio de 1849, Jaime White empacó ejemplares de La verdad presente en un maletín prestado y caminó trece kilómetros hasta la oficina de correos de Middletown (Connecticut, Estados Unidos). Estaba dando allí los primeros pasos de lo que llegaría a ser un ministerio mundial de publicaciones.

Semanas antes, el joven y pobre pionero adventista había convencido a un editor local que le imprimiera mil ejemplares del primer número de lo que hoy se conoce como la “Revista Adventista”. White convenció al editor de que las donaciones de los adventistas diseminados en el noreste de Estados Unidos llegarían a cubrir los 64.50 que costaba la impresión. Y tenía razón.

“Cuando Dios está detrás de algo, lo que parece imposible es en realidad una oportunidad para que el Espíritu Santo obre un milagro”, dijo Wilmar Hirle, actual director asociado de Ministerios de Publicaciones de la Iglesia Adventista mundial.

Esa revista con el tiempo llegó a ser lo que el historiador adventista George Knight denominó “probablemente el instrumento más efectivo en la tarea de reunir y unir el cuerpo de creyentes que en la década de 1860 llegarían a ser los adventistas del séptimo día”.

En la década de 1840, solo había unos pocos cientos de adventistas sabatistas, pero ese número llegó a 3500 en 1863 cuando se estableció oficialmente la Iglesia Adventista del Séptimo Día. Las primeras publicaciones periódicas de la iglesia no solo estimularon el evangelismo, sino que también brindaron un sentido de comunidad espiritual entre los primeros creyentes. Más tarde, las publicaciones se extendieron para incluir oportunidades de ministerio laico que tradicionalmente estaban limitadas a los pastores.

Para 1844, cuando los milleritas esperaron erróneamente la segunda venida de Cristo, los primeros creyentes ya habían distribuido “asombrosamente” ocho millones de impresos, dijo Hirle. El editor Joshua Himes, de Boston (Massachusetts), imprimía folletos sobre el sábado y gráficos que ilustraban las profecías de Daniel y Apocalipsis que acompañaban los sermones de Miller en las iglesias pequeñas de todo el noreste de los Estados Unidos.

No obstante, no fue sino hasta 1848, cuando la pionera y profetisa Elena White vio en visión que su esposo Jaime debía lanzar una revista, que realmente se dio inicio al ministerio de las publicaciones.

En la visión, White dijo que Dios le pedía a Jaime que imprimiera un pequeño periódico y que lo repartiera entre la gente. A pesar de los desafíos financieros del matrimonio, White dijo que se le había asegurado que, con fe, de esa publicación “brotarían rayos de luz que [habrían] de circundar el globo” (Notas biográficas, p. 137).

Los primeros  números de La verdad presente fueron una plataforma para que los líderes de iglesia clarificaran lo que había sucedido en 1844, analizaran doctrinas emergentes tales como los mensajes de los tres ángeles y, por sobre todo, explicaran la verdad del sábado. En efecto, fue el sábado como día de reposo lo que llevó a la iglesia a iniciar su primera casa publicadora.

Jaime y Elena White, entre otros fundadores de la iglesia, comenzaron a preocuparse porque una revista que proclamaba el sábado estaba siendo publicada por alguien que a menudo trabajaba en sábado, dijo Hirle.

Fue así que en 1853, los primeros adventistas votaron establecer una casa editora en el estado de Nueva York. Era una casa en el sentido más estricto de la palabra: los primeros líderes de las publicaciones vivían y trabajan juntos en una casa alquilada de la ciudad de Rochester. El pionero adventista Hiram Edson, que poco tiempo antes había vendido su granja, prestó el producto de la venta para adquirir una prensa manual Washington. A la máquina le llevaba tres días producir un ejemplar de lo que entonces se llamó The Second Advent Review and Sabbath Herald.

Como no tenían dinero para comprar una cortadora de papel, se cuenta que el pionero adventista Urías Smith recortaba los bordes de las revistas con su navaja. Años después, Smith escribió: “Al hacerlo nos salían ampollas en las manos, y a menudo la forma de los folletos no estaban ni por cerca de la perfección de las doctrinas que enseñaban”.

Para 1855, el ministerio de las publicaciones de la iglesia se había trasladado a Battle Creek (Míchigan), y Smith, de solo 23 años, era el editor, una función que de una u otra forma mantendría durante toda su vida.

A medida que el ministerio de publicaciones de la iglesia siguió creciendo a mediados del siglo XIX, el joven inmigrante canadiense George King desarrolló la idea de ventas por suscripciones para las publicaciones adventistas. Estaba buscando una nueva salida después de que Jaime White lo instó a explorar una carrera que fuera más allá de la función tradicional de pastor.

“Jaime le pidió que predicara, pero le fue muy mal”, dijo Hirle. “Y así fue que comenzó el evangelismo por impresos”.

Los esfuerzos de George King de predicar en Estados Unidos y Canadá de casa en casa, en lugar de hacerlo desde el púlpito, ayudaron a transformar el adventismo en una denominación mundial. Para fines de la década de 1870, King estaba vendiendo libros y suscripciones a revistas tales como “Señales de los tiempos”.

Para 1903, la Iglesia Adventista había alcanzado a setenta países. “En muchos de esos lugares, [la iglesia] estableció una presencia gracias a la obra de la evangelización por impresos”, dijo Hirle.

A comienzos del siglo XX, el ministerio de evangelismo por impresos de la iglesia se extendió e incluyó a los primeros estudiantes colportores. Hoy día, más de veinte mil estudiantes adventistas en el mundo aún dedican sus recesos escolares para vender libros que los ayudan a cubrir los costos de estudio y a compartir el mensaje adventista de esperanza.

Así como el evangelismo por impresos ha crecido, así lo ha hecho también el ministerio de las publicaciones, que aún sigue siendo el “centro” del adventismo, dijo Hirle.

Hace poco, la Iglesia Adventista se embarcó en una distribución mundial masiva de una adaptación moderna de El conflicto de los siglos, un libro escrito por Elena White que destaca la historia de pequeños grupos de personas que preservaron una forma auténtica del cristianismo a lo largo de la historia.

Hirle dijo que Jaime White, el editor pionero de la Iglesia Adventista, quien durante treinta años de escribir, imprimir y establecer casas editoras en diversos países a menudo luchó para encontrar apoyo y sobreponerse a desafíos financieros, seguramente se sorprendería a ver el amplio apoyo que hoy día reciben las publicaciones en la iglesia.

“Si pudiera ver las casas editoras que en un día imprimen lo que a él le llevaba un año, creo que se sentiría sumamente feliz”, dijo.

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La Iglesia Adventista del Séptimo Día surgió del fervor religioso del siglo XIX

Cuando el predicador bautista Guillermo Miller dijo que Jesús regresaría el 22 de octubre de 1844, muchos estadounidenses no solo se sorprendieron de que hubiera fijado una fecha. La idea de que Cristo regresaría literalmente era en sí misma una propuesta radical.

Para el siglo XIX, la mayoría de las iglesias establecidas estaban predicando que la Segunda Venida era más un mito que una realidad, y más humana que divina. Los líderes religiosos enseñaban que una “segunda venida” metafórica simbolizaba el surgimiento de una nueva generación con responsabilidad social.

A pesar de ello, la creencia millerita en una segunda venida literal de Cristo —junto con nuevas comprensiones proféticas, el sábado y el estado de los muertos— mostrarían ser fundamentales. Estas doctrinas clave llegarían a ser el ancla del movimiento adventista temprano en medio de un clima de agitación religiosa.

A comienzos del siglo XIX, el noreste de los Estados Unidos era una fuente de reavivamientos. El así llamado “Segundo Gran Despertar” inició movimientos como el de la Sociedad Unida de Creyentes en la Segunda Aparición de Cristo, los primeros mormones, los precursores de los Testigos de Jehová, los milleritas y una hueste de grupos excéntricos. En efecto, el norte del estado de Nueva York fue denominado “el distrito quemado”, para referirse al hecho de que los evangelistas habían agotado el número de incrédulos en la región.

En ese marco, los milleritas soportaron el Gran Chasco, ese momento en que el grupo, con gran expectativa pero sin éxito, aguardó el regreso de Cristo. Con lo que el historiador adventista George Knight denomina la “certeza matemática de la fe” hecha añicos, muchos milleritas abandonaron el movimiento.

Los que permanecieron quedaron divididos por el significado del 22 de octubre. Algunos afirmaron que la fecha era totalmente incorrecta. Otros dijeron que Cristo había regresado, pero solo en un sentido espiritual e ilusorio. Un tercer grupo —los futuros líderes de los primeros adventistas del séptimo día— llegaron a convencerse de que la fecha era la correcta, pero el evento no.

Reanimados por esta posibilidad, se reagruparon y regresaron a las Escrituras, determinados a descubrir la verdad. Así llegaron a la conclusión de que en lugar de regresar a la Tierra el 22 de octubre, Jesús había comenzado la última fase de su ministerio expiatorio en el santuario celestial.

Una joven metodista llamada Elena Harmon (más tarde White) brindó credibilidad profética a esta interpretación. La visión que tuvo en diciembre de 1844, en la que vio “una senda recta y estrecha” hacia el cielo confirmó que esa profecía se había cumplido en efecto el 22 de octubre, y motivó el enfoque central en Cristo que tiene la denominación.

El historiador adventista se siente asombrado por la capacidad de los milleritas de trascender un mensaje inicial “espectacularmente equivocado”. Aunque afirma que es verdad que los movimientos apocalípticos a menudo suelen conservar algunos de sus seguidores aun cuando sus ideas son “refutadas abiertamente”, estos “no constituyen la clase de persona que llegan a fundar una iglesia demasiado exitosa. Los adventistas así lo hicieron: eso no prueba que Dios está de nuestro lado, pero prueba que contamos con líderes inteligentes y racionales”.

Acaso más revelador resulta la creencia de la Iglesia Adventista de que Dios estaba detrás de los eventos, dice Trim. “Creo que los primeros adventistas tenían un sólido llamado del Espíritu Santo. Es un pensamiento terriblemente pasado de moda, pero yo creo que nuestra iglesia fue llamada a la existencia en ese momento con un propósito”, dice.

También demostró un sincero deseo de conocer la verdad bíblica, dice. “Esto es lo que los sostuvo cuando todos los demás milleritas fueron por caminos excéntricos o por sendas comunes y sumamente cautelosas”, dice Trim.

Para los primeros creyentes adventistas, la así llamada “verdad presente” era dinámica. Y en efecto, los pocos cientos de adventistas sabatistas de la década de 1840 llegaron a ser unos tres mil en 1863 cuando se organizó oficialmente la Iglesia Adventista, y en esos años, sus comprensiones proféticas pasaron por cambios no menos asombrosos.

En un comienzo, pioneros tales como Jaime White se mostraron fervientes en su llamado a “salir de Babilonia”. En un primer momento, este era un mensaje para dejar la religión organizada y regresar a la simplicidad del evangelio.

Esto no sorprende a los historiadores religiosos, que han observado que cada pocas generaciones, la gente se siente impulsada a regresar a los fundamentos de su fe. En efecto, esta tendencia fue la que impulsó el Segundo Gran Despertar.

Sin embargo, lo asombroso, dice Trim, es el giro que tuvo White a medida que se expandía el movimiento. Para 1859, Jaime había llegado a creer que el llamado a “salir de Babilonia” significaba en realidad abandonar la desorganización y aceptar la estructura eclesiástica.

“Esto por supuesto se adapta muy bien al hecho de que Babilonia deriva de Babel (o confusión) y que White dice que el llamado a salir de Babilonia en realidad busca abandonar toda esa corriente de fervor religioso caótica e increíblemente entusiasta y terminar en algo un poco más organizado. De manera que el significado de ‘salir de Babilonia’ sufre un gran giro y cambia por completo”, dice Trim.

No obstante, al pasar a la estructura de la iglesia, los primeros adventistas no perdieron su celo inicial. Por el contrario, lograron encontrar un equilibrio entre el radicalismo que invadía gran parte de las expresiones religiosas de mediados del siglo XIX y el conservadurismo que le siguió. Es un equilibrio que la Iglesia Adventista mantiene aún hoy, dice Trim, y dice que tiene sus raíces en la vieja tensión entre el espíritu y el orden, que se remonta a la iglesia medieval primitiva.

“Necesitamos el espíritu porque el orden se vuelve formal y osificado y jerárquico, pero también es necesario el orden porque el espíritu se vuelve caótico y se destruye a sí mismo”, dice.

La pionera adventista Elena White fue esencial a la hora de preservar este equilibrio. Mediante el don profético, Trim dice que White estuvo en un lugar ideal para temperar las inevitables riñas entre los primeros líderes adventistas, como por ejemplo su esposo Jaime, José Bates, Urías Smith, John N. Andrews, George Butler y otros. Todos ellos eran “individuos de increíble poder y motivación individual”, personalidades que son necesarias para impulsar un movimiento localizado hasta convertirlo en una iglesia global, dice.

Si bien a algunos estudiantes de la historia de la iglesia les podría resultar “desconcertante” la tensión entre los principales líderes, Trim dice que el movimiento adventista temprano es único porque permaneció unido en un clima en el que la mayoría de los grupos religiosos mostraban la tendencia a dividirse, a seguir a un líder carismático, o a directamente disolverse. A pesar de los desacuerdos, los adventistas se agruparon en último término detrás de la verdad bíblica, lo que fue logrado por medio de la oración y el estudio de la Biblia o revelado mediante la profecía.

“Estos hombres están completamente convencidos de que [Elena White] es la mensajera de Dios. Si ella dice: ‘Se me ha mostrado esto’, ellos lo aceptan aun cuando en un comienzo no les guste lo revelado”, dice Trim.

“Están muy listos a debatir, y lo hacen en términos muy directos, pero también se muestran muy rápidos para perdonar y no guardan rencores”, dice Trim. “Muestran una apertura que haríamos bien en imitar”.

Puede que para los adventistas del séptimo día modernos, los pioneros adventistas resulten peculiares. Algunos no creían en la Trinidad o en la persona del Espíritu Santo, y pensaban que Cristo era un ser creado. Muchos observaban el sábado de las 18.00 del viernes hasta las 18.00 del sábado, sin fijarse en los horarios de la puesta de sol. Tampoco tenían problema alguno en consumir carnes de animales impuros. Todo esto, sin embargo, habría de cambiar en las siguientes décadas.

Lo que los adventistas actuales podrían reconocer probablemente en sus antepasados es la convicción. En el sábado, la segunda venida, el santuario y otras creencias fundamentales, los primeros adventistas creían que habían descubierto lo que Trim denomina una “clave” para desatar todo el conjunto de verdades bíblicas.

“Se dan cuenta de que todas estas doctrinas están diciendo lo mismo sobre Dios. Todas están apuntando en la misma dirección, y es por ello que los primeros adventistas se sienten impulsados a ponerse de su lado”.

“Esta preocupación por la verdad resulta inspiradora”, dice.

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